Gira Madrid

La seducción de los números y el milagro del caos

A las 7.35 a.m. Frente al Palacio de la Ópera, solos la banderola de la OSG y tú a 25 minutos del inicio del viaje a Madrid para el concierto número treinta en la ciudad tienes tiempo de sobra para pensar en la seducción de los números redondos, una categoría que no es puramente matemática pero que los humanos usamos con espantosa regularidad. Celebras 25 años de la OSG en 2017, el concierto número 30 en Madrid, la entrada en el año 2000 o los cincuenta años de matrimonio. Porque no dices «llevo casado 49 años, tres meses, dos semanas y cuatro días», porque así parece que el viaje lo haces cuesta arriba y con una mochila de rocas a la espalda: dices «a punto de cumplir cincuenta años de casados», lo cual parece, tal y como son las cosas, el más destacado logro.

Así, a mitad del último concierto en Madrid con Pogorelich no se te ocurre decir «la OSG cumple 29 conciertos y medio en la ciudad». Es la seducción de los números «redondos», que siempre son enteros pero, en lo que yo sé, jamás primos.

Creo que estas cifras son, de algún manera, el modo que tenemos los humanos para intentar poner orden en el caos de la existencia. Son como una especie de conquista, un cierre, un broche o un imperdible para que no se te descosan las cosas buenas y malas que te han ido pasando en la vida.

Así es como también pones orden en ese caos perfectamente organizado que son las giras de conciertos. Dices treinta conciertos en Madrid y parece como que se cierra algo, que culminas una pequeña cima que está llena de pequeños o grandes retrasos en aviones y autobuses, gente que se ha quedado dormida mientras el autobús pasaba de largo, descargas de instrumentos en las que no siempre están quienes esperas que te echen una mano cuando la madrugada te empieza a cerrar los párpados, el solista de turno que sufre un imprevisto y que hasta último momento no tienes la certeza de si podrá cumplir su parte, el mal tiempo, las cancelaciones de última hora y una interminable lista de imprevistos micro caos que hacen que cuando en el escenario suena la música tras apagarse la luz de sala todo parezca un bendito milagro.

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