Quincena Musical Donostiarra

Este inútil ejercicio de nostalgia

Volver al festival más antiguo de España ha sido una especie de Epifanía, que es como llaman los marisabidillos a esa certidumbre que se obtiene cuando por fin te das cuenta de algo.

En este viaje algunos nos dimos cuenta que para un festival el transcurrir de los años simplemente supone una graduación mayor como de cosa que viene de muy antiguo, mientras que el paso del tiempo para nosotros tan solo significa que acaso somos de muchos modos algo más viejos. En el primer caso el paso del tiempo parece que dignifica, en el segundo que te resta cosas de la cuenta.
En realidad, la Quincena Musical Donostiarra es más antigua de lo que lo somos algunos que volvemos por aquí. En realidad todo esto, como casi todas las cosas en la vida, es un gran equívoco, pues la Quincena es en realidad una Treintena y no es que sea antiguo, es que su primera edición se remonta a 1939, ese año en el que los padres de quienes ahora somos ya muy mayores regresaban de aquella guerra. Para muchos de quienes hoy nos leen aquí hablamos simplemente de su origen en el mismísimo Pleistoceno.

Ayer por la mañana vimos a nuestro querido Patrick Alfaya, quien era poco mas que un muchacho cuando allá por el año 2000 se hizo cargo de la gerencia de esta Orquesta y ahora peina la solera de las canas que da la experiencia de más de una década al frente de esta fiesta.

Descubrimos entonces que algunos estamos en ese momento de la vida en el que contamos ya más velas apagadas a nuestras espaldas que velas encendidas nos quedan por soplar, por usar una potente imagen poética de Cavafis y ahora vete tú a buscarlo a esa cosa de la Wikipedia.

A finales de los años noventa del siglo pasado –si acaso tal fecha alguna vez existió– algunos recorríamos despreocupados estas mismas calles en las que ahora que lo recordamos descubrimos que la vida era aquello que pasaba a nuestro lado mientras estábamos ocupados con cualquier otra cosa, como por ejemplo trabajar en esta Orquesta Sinfónica de Galicia, por poner algún caso que pueda entender cualquiera.
Y así son los festivales, como nosotros, que vamos cumpliendo años, y con el paso del tiempo se te caen las certezas y a veces también algunos dientes; pero la vida es generosa y siempre dará la oportunidad de contratar a otro que escriba con tiempo suficiente por delante para pasarlo por aquí mientras quizá también su vida le esté esperando en alguna otra parte y durante mucho tiempo tampoco se dé cuenta.

Desde que la OSG participó por primera vez en la Quincena en aquella edición de 1995 las cosas han cambiado mucho en todos estos años: ahora la gente no te toca ni se te acerca demasiado para saludarte y ya no sabes si es por temor al COVID o porque les das mucho asco. Muy cerca de cumplir ya los dos primeros años de pandemia, muchos ya preguntan qué cosa es eso de una orquesta sinfónica y si tal cosa es algo que me lo pueda usted envolver para llevar… Son tiempos extraños para muchos de nosotros, que asistimos estupefactos a semejante relevo generacional.

Ademas, y en general, este tipo de ejercicios de nostalgia por escrito y esparcida a los cuatro vientos digitales no son muy bien recibidos por quienes todavía no entienden la cosa esta de las epifanías de los marisabidillos. Creen ellos que lo más probable es que rendirse a tan melancólicas evidencias deja tras de sí un caudal de energía negativa de la que el universo, tarde o temprano, acabará por pasarte la cuenta. Como si acaso el universo, la naturaleza o la vida nos necesitase en realidad para otra cosa que no sea para ocupar algo de sitio por algún tiempo.

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