Quincena Musical Donostiarra

Una improbable madrugada en esta otra esquina del Cantábrico

Hay mañanas que empiezan tan de madrugada que no sabes si llegas pronto al desayuno o tarde a la cena. Habíamos previsto acompañar al equipo de producción al Kursaal para asistir a la descarga del camión y montaje escénico para el primer ensayo en San Sebastián, y para eso tienes que estar en perfecto estado de revista para tomarte los huevos con jamón, o con tocino, junto con el café con leche o lo que quiera que sea que desayunas a eso de las siete menos cinco de la mañana. Tal vez por los nervios, o quizá a causa de la ansiedad anticipatoria del estreno, acabas abriendo el ojo más o menos a las cinco de la madrugada y pese al escaso descanso y a lo que parece ser tu mala suerte procuras no quejarte mucho ni acordarte de ningún santo improbable porque a esa hora tan intempestiva en A Coruña están ya a pleno rendimiento con las cosas esas del pescado.

La ciudad amanece de un gris que nos resulta francamente familiar.

A las ocho de la mañana hay ya un trajín en el Kursaal que se diría son ya las cuatro de la tarde. El jefe técnico encargado de las cosas de la Quincena Musical nos pregunta por nuestro Manolo, el del camión, que hace años está jubilado. Lo recordaba como un tipo ciertamente familiar, muy buena gente aunque bastante mal hablado. Eran sus cosas, las cosas nuestro Manolo el del camión, que por donde iba dejaba siempre algo así como una especie de huella. Echamos cuentas y resulta que hace ya ocho años que no aparecemos por esta otra esquina del Cantábrico.

Hay cuatro muchachos con muy buen humor que se encargan de la descarga, más un jefe de producción y dos o tres técnicos a su cargo a los que se suman nuestros dos josemanueles y nuestra Montse; hay un afinador de pianos, varias limpiadoras y gentes desocupadas que pasaban por allí y decidieron saludar.
Aquello es un trajín de atriles, sillas, soportes, pantallas, timbales, el gong cuyo parecido con una gran paellera despierta risas y lamentos y toda clase de artilugios diversos de sentido indescifrable para legos y despistados.

En poco más de hora y media el escenario está prácticamente listo y ya solo queda ajustar perfectamente el piano para salvar un quítame de ahí esos milímetros que no está perfectamente nivelado. Y tal. Después llega el afinador, muy serio, y hay que salir del escenario para que pueda hacer su trabajo… Es justo en ese peciso momento cuando quienes despertaron de improviso a eso de las cinco de la mañana siente la extraña sensación de que en un rato será ya la hora de la merienda.

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