
Se puede decir que cada viaje tiene su propia sustancia. Tal vez seamos más o menos las mismas personas los que hacemos una y otra vez una misma ruta, en idénticos autocares y con parecido destino, pero las conversaciones terminan por sustanciarse en cada traslado de infinitas maneras. Un viaje te sirve para conocer la historia de quienes abandonaron Bucarest en plena caída de los Ceausescu atravesando las calles esquivando las balas, otro para conocer el «agolivio» que supone una gira en el trajín familiar de cada día y otro más para conocer las preocupaciones y pérdidas de sueño con la que siempre viven quienes tienen hijos.
Las casi siete horas de autobús de hoy han dado para bastante: de los inicios de Jozef Kramar y Gertraud Brilmaier con sus respectivos instrumentos y consideraciones varias sobre quienes fueron sus primeros profesores a recomendaciones sobre discos de vinilo y servicios de streaming en audio Hi Res con Marcelo González, conversación a la que se sumó Jeffrey Johnson para extender el asunto a los diferentes componentes de audio.
Se habló de jazz, de música clásica, de rock, de Lou Reed y su escalofriante album The Blue Mask, de Pink Floyd, de Louis Amstrong, Miles Davies y de Ella Fittgerald, de Richard Strauss y de Mahler…
Adrián Linares habló de salas de concierto: por allí estaban la Philharmonie de Berlín, el Auditorio Alfredo Krauss, el Muskiverein de Viena etc. Y por el camino surgieron nombres y anécdotas más o menos personales con grandes maestros de la dirección orquestal, desde la visita a Santiago de Compostela de Carlo Maria Giulini al siempre inefable y genial Leonard Bernstein…
Con tantas historias, al final llegas al hotel como en volandas, en el que siempre te asaltan las preocupaciones habituales sobre el alojamiento.
Hay cosas inquietantes en los hoteles, como cuando entras por primera vez en el cuarto asignado y te aseguras de que no haya nada sobre la almohada. Hay hoteles en los que te espera un bombón o un caramelito sobre la almohada y que hace que te plantees si no estarán allí para recordarte que es conveniente acostarse temprano. O tal vez sea únicamente un pequeño detalle para hacerte la estancia más agradable, pero estos obsequios son siempre de difícil manejo para quienes crecimos con la consigna de no aceptar caramelos de un extraño.
Tampoco está muy claro el significado del triángulo con el que se recoge el trozo de papel higiénico que cuelga a un lado del retrete. En ocasiones el aspecto es el de un rollo de papel totalmente exhausto tras la paliza del cliente anterior. El acabado en triángulo también puede provocar cierto desasosiego, porque de algún modo hace presente que no hace mucho alguien ha estado tomando decisiones ahí sentado.
Pero lo más asombroso de los hoteles es el tipo que seca los vasos tras la barra del bar. Da igual la ciudad o el hotel donde te alojes: cuando llegas al bar para tomarte un café, da igual que toda la barra esté vacía a la espera de clientes, porque hay como una atracción ineludible y secreta que te empuja a sentarte frente al muchacho. Y siempre es lo mismo en Madrid, en Bilbao o en París: acabas siempre frente a una especie de viejo amigo de toda la vida que te habla con esa complicidad cercana de quien te ayudó en su día a enterrar un cadáver en el descampado.
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