Barcelona

Viaje de orquesta en la era de la pandemia

¿Y cómo es eso de viajar en época de pandemia? Pues viene a ser lo mismo que cualquier otro viaje salvo por el cuidado y las distancias con las que tienes que hacerlo, con las precauciones parecidas a las de quienes atraviesan un campo de minas y que manejan explosivos al hacerlo.
Para muchos es únicamente un viaje más, salvo por algunos protocolos diferentes. Para otros, en cambio, con eso de tener que volar codo con codo con más de cien pasajeros, resulta lo más parecido al colmo de un neurótico.
En época de pandemia quienes padecen un trastorno obsesivo compulsivo son los únicos que realmente nos pueden parecer felices, con eso del hábito de lavarse las manos de forma compulsiva por fin legitimado por el gobierno.
Para el resto, el viaje es un tránsito lamentable en el que el bullicio y algarabía de los aeropuertos han sido sustituidos por la desolación y el silencio, únicamente roto por una constante voz en off caída desde arriba que nos recuerda a cada instante aquello de no quitarse la mascarilla.
De todos modos no deja de resultar complejo mantener todas las recomendaciones en todo momento: después de distancias de dos metros a la llegada al aeropuerto y de un estricto y restringido paso por el control de seguridad, el avión nos acoge con el mismo peligro que si estuviésemos desnudos dentro de un avispero. Tu vecino de asiento está a menos de quince centímetros y por delante y por detrás no te separa ni tan siquiera cincuenta centímetros de los demás viajeros.
En este caso la única recomendación es aspirar únicamente el aire mínimo para mantener tus constantes vitales y dejar el resto para los demás pasajeros.
Como mejor se mantiene la distancia de seguridad, de todos modos, por aquello de no rozarte con el resto de compañeros, es pensar en cosas más concretas en lugar de un virus invisible de esos de contágiate ahora y paga más tarde. Para ello algunos recurren a imaginarse que da calambre cualquiera de sus compañeros así como los demás pasajeros.
Tras hora y media de vuelo respirando el mínimo imprescindible para seguir tirando, nos recibe el aeropuerto de Barcelona con su silencio de cementerio, y hay quien se siente con la misma resignada desesperanza de un galeote en medio del océano.

Categories: Barcelona, Gustavo Dudamel

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