Después de veintisiete años trabajando para una orquesta sinfónica debo reconocer que no tengo ni idea de qué es tal cosa.
Se suponía que una orquesta es el instrumento del director, el único intérprete que directamente no toca ningún instrumento. Pero es que hay orquestas que ya tocan sin director y, si repasas la historia de la música, la figura del director es una invención bastante reciente de la que muchos estarían encantados de prescindir en el futuro…
Podrías decir, entonces, que una orquesta es un instrumento único integrado por todas las pequñeas partes que lo componen –flautas, oboes, clarinetes, violines etcétera. Pero en el día a día y con el paso de los años vas conociendo personalmente a cada una de esas pequeñas partes, de los seres humanos que habitan tales partes, esos profesores instrumentistas con sus peculiaridades, sus cosas y sus neuras; con sus alegrías y sus penas y con todas esas preocupaciones que van llevando de aquí para allá en cada gira.

Y entonces escuchas el solo de trompa de tal obra y no puedes dejar de ponerle la cara de Nico, que acaba de conseguir la plaza de trompa en la orquesta y el solo comienza a tener otro peso, otra trascendencia.
Y escuchas los platos que un día fueron de Simon Levey en La Mer de Debussy y de pronto el brillo que proyectan parece más intenso. Y el solo de violonchelo de Rouslana en una obertura cualquiera suena mucho más huérfano y triste porque ya lo habías escuchado antes y hay una nostalgia nueva en la melodía que te había pasado desapercibida. O David Villa hace un solo de oboe y recuerdas de pronto aquella vez que le escuchaste a miles de kilómetros de casa El oboe de Gabriel, de Ennio Morricone, y que es una música que te emociona de una forma extraña y sientes la imperiosa necesidad de subirte al escenario en medio del concierto apartando personas y cosas para darle un abrazo en agradecimiento por los buenos momentos que te ha dado en todos estos años.

Entonces comprendes que una orquesta no es un único instrumento que suena cuando alguien remueve la mezcla con un palito.

Es como si cada ladrillo de una casa tuviese autoconsciencia y percibiese que forma parte ineludible de toda la construcción, que todos los ladrillos de tal casa pueden hablar entre ellos y que la casa no es entonces y para siempre la misma, pues cambia a cada instante. Entonces la orquesta, si como dicen es un solo instrumento, es entonces un instrumento que está vivo y que se transforma cada mañana, cada tarde, cada noche. Como los ladrillos de una casa encantada que cambiasen constantemente la configuración de las habitaciones y nunca fueses capaz de encontrar el mismo recorrido para llegar al desván en el que se van almacenando todas las explicaciones.