Decía Freud que el yo es incapaz de concebir su propio final, pero Freud no trabajaba en la sinfónica de Galicia y aquí hay ya demasiados asientos vacíos.
Son los asientos vacíos de los que ya no están: los asientos de Simon Levey, de David Ethève, de Petur Eiriksson. Tampoco están en esta gira de conciertos quienes pasan ahora por momentos difíciles, luchando en su batalla personal contra la enfermedad y el paso del tiempo.

Los que ya se fueron para siempre hay que decir que nunca lo hicieron del todo. Hay algo de ellos, de su recuerdo, que parece querer perdurar en el tiempo. Algo que se resiste a desaparecer…

Esta mañana le pregunté por ello a Alejandro Sanz. ¿Están presentes de alguna manera quienes ocupaban antes estas sillas vacías? Me habló de Simon Levey, compañero de su sección. Me dijo que pensaba muchas veces en él. Y hay obras, conciertos, que hacen mucho más cercano ese recuerdo. Es el caso de La Mer, la obra de Debussy que la OSG interpreta el sábado en el festival Musika-Música 2020. Simon tenía unos platos fantásticos absolutamente idónenos para algunos momentos de la obra, y siempre se los prestaba cuando era Alejandro quien hacía esa parte.
Cuando Levey falleció, Alenjandro se los compró a su albacea. Cada vez que Alex los toca, Simon está allí con él, a su lado. No es más que un objeto físico, pero Simon era un obseso de su material, de sus baquetas, de sus platos, de todo el andamiaje que usaba en la sección. Es una manera de tenerlo cerca. De no se vaya del todo.

En el reportaje fotográfico del viaje de ayer Alberte Peiteavel cambiaba de autobús constantemente para no dejarse a nadie sin fotografiar. Repasas las fotos y ves un montón de caras nuevas, de rostros jóvenes llenos de ilusión y sin las cicatrices que va dejando la vida. Son las caras de quienes cubren las bajas de instrumentistas de la Sinfónica de Galicias que hoy no han podido venir, algunos de baja por enfermedad común, otros de baja porque tienen ante sí su actuación más comprometida.