Están los más de mil años de tradición del camino De Santiago, está el apóstol Santiago y está la imponente catedral presidiendo la plaza del Obradoiro a un lado con el Pazo de Raxoi con el apóstol Santiago a lomos de su caballo blanco. Y pese a ello es Gustavo Dudamel el protagonista de la tarde con su ensayo con la Orquesta Sinfónica de Galicia.
Puede que los turistas vengan a la plaza a respirar historia, pero esta tarde solo se respira música, la de la Sinfonía nº 9 de Beethoven que en manos del director venezolano no es un diamante, es un contenedor de diamantes, gemas y esmeraldas: las frases, los acordes y los desarrollos musicales con los que el joven maestro venezolano reconstruye pieza a pieza la joya que sobre el amor y la fraternidad universal talló Beethoven en el frontispicio de la historia.
Por una tarde todos se paran en medio de la plaza a observar y escuchar el ensayo de Dudamel con la Sinfónica de Galicia, totalmente ajenos, por una vez, a la historia de piedra desconcertada que los contempla.
Es como una estrella del rock, de la que es imposible desviar la mirada para dejar de mirarla. Y nadie se pierde al maestro, que pide al barítono que tiene que sonar mucho más resuelto, más rotundo y definitivo con su entrada impetuosa en «O Freunde nicho diese Tone». Y al coro le pide más claridad en la articulación de una frase descendente cuya acentuación silábica resalta con dos dedos de su mano derecha apretando de arriba abajo las tuercas de un mecano imaginario. Esa tarde las cámaras de fotos ignoran, por una, vez al apóstol Santiago.
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