Y si unas horas antes la Sinfónica de Galicia fue el Mahler que enmudeció al público del Palacio Euskalduna, a las 12.15h. de ayer sábado, y en el mismo escenario, fue la locomotora imparable que arrolló con Dvorák a un público que explotó en bravos y bravos tras una Sinfonía «Del Nuevo Mundo» que llegó como un ciclón bajo la batuta de Dima Slobodeniouk.
Muchos de quienes abarrotaban el Euskalduna comentaron de inmediato en sus redes sociales que si «potencia y sensibilidad», que si «por algo es la mejor orquesta de España», una «demostración de fuerza y sensibilidad», que «si lo mejorcito de cada casa está en la Sinfónica de Galicia»… todo ello de un público que asistió entre incrédulo y estupefacto a un Dvorák que Dima Slobodeniouk dejó plantado allí en el escenario como quien deja un Guggenheim y después a otra cosa.
Y nada de un largo almuerzo y después una tarde de paseo; tampoco una visita al ya emblemático museo bilbaíno o quizá un recorrido tranquilo por la zona vieja para despejarse o despeinarse (que la verdad es que también había algo de viento). Únicamente unos minutos para recoger esto y aquello, bloquear con nuestras cosas hasta nueve veces el montacargas del Euskalduna, un bocata urgente y a las tres y media de vuelta para casa, que hoy es domingo y descansa un poco el que pueda que mañana la vida de la Sinfónica de Galicia vuelve de nuevo pero con otros artistas y un nuevo programa.
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