Cada concierto es diferente. Cada actuación distinta. Cada escenario una sorpresa… Da igual que el maestro sea un metrónomo viviente, o que toda la cuerda se esfuerce en repetir en tal pasaje idéntico fraseo. Una orquesta es un organismo vivo, sensible al entorno, a las circunstancias, al público. Y este organismo vivo que es la Sinfónica de Galicia en Abu Dabi golpeó con Mahler a su audiencia.
Sobre el escenario del Auditorium del Emirates Palace había una concentración máxima, pero no fruto de la responsabilidad y los nervios, era más bien ese estado de concentración tranquila, de esa que se da cuando algo que parecía imposible, lejano o demasiado disperso y de pronto descubres que el milagro se ha producido y por fin puedes disfrutar de la experiencia.
Decía Pablo Sánchez Quinteiro que después de una Sexta de Mahler no se debería aplaudir. Y eso pareció que sucedería al fin cuando tras los compases finales el público del Auditorium se quedó mudo, en un silencio de sepulcro, tras asistir atónito y sin una sola tos a todo el concierto. Fueron segundos interminables, esa eternidad en la que te preguntas ¿pero qué es lo que les ha pasado?
Y de improviso, y tras unos segundos que fueron eternos, el público puesto en pie explotó en una ovación de estruendo.
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